Teniendo en cuenta cómo me sentÃa ayer por la tarde, quizás podrÃa empezar este post parafraseando (o paraviñeteando) a Forges en su (como siempre, genial) viñeta de este lunes (aquà la original):
Todo esto viene a colación de que ayer por primera (¿y última?) vez estuve en un centro de belleza para que me hicieran una limpieza de cutis. Bueno, al final no me hicieron la limpieza de cutis (¡menos mal!) sino un tratamiento hidratante, pero la experiencia fue igualmente única e irrepetible (sobre todo eso, i-rre-pe-ti-ble)
No fui por iniciativa propia, sino porque Mina insistió mucho y, en uno de esos momentos de debilidad, de distracción mental en que uno baja la guardia le dije «sÃ, vale» y ¡zaca! ya estaba concertada la cita y sin posibilidad de vuelta atrás.
Al llegar, después de hacernos esperar un rato (unos 10 minutos) nos hicieron pasar a una sala donde nos sentaron a Mina y a mà en dos sillones tipo peluquerÃa (pero que se reclinan hacia atrás para que estés como tumbado) Por cierto, si padecen de la espalda (como es mi caso) a los 5 minutos de estar en ese sillón medio tumbado pero con la cabeza realzada con el reposacabezas, tendrán un dolor de cuello y espalda de no te menees.
Mina tuvo el gran acierto de traer desde casa una toalla y un gorro de baño transparente para mÃ, porque de otra manera habrÃa tenido que comprar (y ponerme) el gorrito rosa y la especie de camisón (también rosa) que tienen allÃ. No obstante se empeñó en que me quitara la camisa (lo cual hice a regañadientes) y me pusiera la toalla sobre el pecho y bajo los brazos, (como hacen las tÃas cuando se enrollan en una al salir de la ducha) a lo cual, por supuesto, que me negué, demasiado mariconada era eso ya.
Y allà estaba yo, desnudo de cintura para arriba en un sitio donde no habÃa ni un solo tÃo más (tampoco habÃa en la sala otra mujer salvo Mina, gracias a Dios) y más tenso que Marco el dÃa de la madre. Entró la esteticien o cómo carajo se diga y me dice que si quiero me puedo dejar puesta la camisa, la cual vuelvo a ponerme rápidamente (no sin antes fulminar con la mirada a Mina) y que la toalla me la puedo poner como quiera, la cual me la pongo en plan barbero, que me parece más masculino que de la otra forma. Eso sÃ, de ponerme el gorro no me libré, bajo amenaza de que se me mancharÃa el pelo de crema si no lo hacÃa.
Entrar en un universo normalmente vedado a los hombres hizo que me sintiera incómodo, descolocado. Mina lo notó y, preocupada, me preguntó que cómo me sentÃa. Le contesté que como se sentirÃa ella si estuviera en una barberÃa y un señor le estuviera untando espuma por toda la cara mientras afilaba una navaja.
He de aclarar que el centro de belleza era en realidad una academia, lo que quiere decir que nos pondrÃamos en manos de alumnas en prácticas. Eso no hizo sino aumentar ni nerviosismo e incomodidad ante la posibilidad de que me tocara la última de la clase o la más novata de la escuela.
En primer lugar entró la profesora (toda una «sargenta») que nada más mirarme (se me escama la piel de las aletas de la nariz con facilidad y la tenÃa algo sonrojada) me soltó a bocajarro de forma casi violenta:
– ¡Tú lo que tienes es dermatitis seborreica!
¡Coño, cómo me acojonó la tÃa, parecÃa que me habÃa dicho que tenÃa la gonorrea! Pero luego prosiguió para tranquilizarme con mucho tacto diciéndome:
– Te voy a poner un tratamiento con unas ampollas para que te las pongas durante un par de dÃas, pero que sepas que te va a doler mucho y se te va poner más rojo todavÃa
Pues que bien, resonaban en mi interior las palabras de Mina cuando intentaba convencerme para que fuera a la limpieza de cutis: «es una experiencia muy relajante, te dan masajes en la cara, y verás que a gustito estás». A mà no me relajaba ya ni un masaje tailandés hecho por Elsa Pataky.
Acto seguido llega la alumna y comienza a ponerme potingues. Las distintas cremas que me pusieron tenÃan todas olores a fruta u otros productos alimenticios. La primera olÃa a melón y luego me puso una mascarilla que olÃa a avellana. Yo deseaba haber tenido la lengua de una vaca para haberme relamido toda la cara. Cuando me puso la mascarilla entonces sà que abrà los ojos y me miré en el espejo para encontrarme aterrorizado en vez de con mi rostro con algo parecido a esto.
Mientras la mascarilla hacÃa su efecto (unos 15 o 20 minutos) la muchacha comenzó a hacerme preguntas para rellenar «mi ficha» para futuras visitas (ingenua). Tras preguntas triviales y perfectamente comprensibles como mi nombre, dirección, si tengo alergias, etc…. va la tÃa y me pregunta
– ¿Usas anticonceptivos?
No podÃa creer lo que estaba oyendo ¿pero qué coño tenÃa que ver eso, particularmente en un hombre, con un tratamiento facial?. Tartamudeando le dije que «hombre… pues sÃ… condones, claro ¡no me voy a tomar yo la pÃldora!» Oà a mi lado la risa de Mina, yo creo que más por vergüenza compartida que otra cosa.
Entonces volvió a entrar la señorita Rottenmayer la profesora, y la alumna le preguntó para mi ficha:
– Coloración de piel, pongo normal ¿no?
– SÃ
– ¿Textura de la piel?
– ¡Tú sabrás! – regañándola- ¿no te has dado cuenta al masajearle la cara?
– No… yo no…
Ahà volvieron a mi mente los temores de que me hubiera tocado la más torpe de la clase (algo que luego Mina me corroboró, según su opinión, aunque la que le tocó a ella debÃa ser su compañera de novillos) Pero lo peor fue la intervención de Mina, siempre dispuesta a ayudar pero (sin que fuera su intención) también a avergonzarme:
– Pues yo puedo decirle que tiene una piel muy suave, incluso más que yo, muy suave para ser la piel de un hombre, la verdad.
Tierra trágame, mastÃcame y escúpeme… Menos mal que estaba completamente cubierto de una mascarilla que tapaba mi sonrojamiento generalizado.
Por fin llegó el momento de quitarme la mascarilla, volver a ponerme la crema con olor a melón y decirme la muchacha que ya está, que ya habÃa terminado. Me entregó la esponja que habÃa utilizado para que junto con la toalla y el gorro lo trajera todo en futuras visitas (ingenua) y me dispuse a esperar a que Mina, que sà que se estaba haciendo una limpieza de cutis (el tratamiento hidratante se lo hizo la semana anterior) terminara, ya que le quedaba un buen rato.
Comprobé entonces que la limpieza de cutis, que era aquello para lo que originalmente habÃa ido yo y (afortunadamente) no me hicieron, consistÃa en que la muchacha fuera reventándole con los dedos los granos y puntos negros de la cara. Es decir, eso mismo que a Mina parece encantarle hacer conmigo pero que a mÃ, francamente, no me entusiasma lo más mÃnimo, más bien al contrario.
En fin, yo sé que Mina me llevó allà con la mejor intención del mundo y por mi bien ¡y se lo agradezco, en serio! (también estoy pensando en cómo pagárselo, tal vez obligándola a jugar toda una tarde al GTA conmigo) pero la verdad es que cuando por fin salà de allà lo hice pensando en el final de aquella pieza llamada «Visita a la Universidad de Wildstone«, de Les Luthiers:
Y ya nos alejamos de la Universidad de Wildstone. Nos queda su recuerdo. Y aunque debamos dejarla por un tiempo y decirle adiós, guardamos en el alma el Ãntimo deseo… de no volver nunca más.
¿Pero estaban buenas las novatas o no?
Y Mina, ¿se quitó ella la camisa o lo que fuera que llevase puesto encima?
¡Exijo saber la verdad!
PD: Genial la intervención de Mina después de preguntarle la profesora a la alumna por la textura de tu piel. Es taaan tÃpico.
Hacia tiempo que no me reia tanto con una de tus historias… no hay fotos de la sesion?
Pues no, las novatas no estaban buenas. Mina sà que lo está, pero no se quitó la ropa, sólo se bajó los tirantes del vestido que llevaba.
Hermanita, no eres la única, mis compañeros de oficina, durante el almuerzo se han descojonado de lo lindo cuando se lo he contado y dicen que les ha recordado a «la historia del Sullivan» (algún dÃa la contaré aquÃ…)
Y no, GRACIAS A DIOS, no hay fotos de la sesión.
Bueno la verdad que me he reÃdo un montón leyendo este post, describe a la perfección los hechos acontencidos. Aunque tengo que reconocer que esa tarde yo apenas pude relajarme, estuve todo el rato en tensión, con tantas miradas fulminantes de Quatermain
Sà que eran novatas, ¡vamos si lo eran!, y yo añadirÃa que eran novatas que iban de sobradas. De todas las veces que he acudido a esta academia, ha sido la vez que peor servicio me han dado, si no llega a ser por la profesora que se acercaba de vez en cuando para controlar…
Bueno, pues yo sà que pienso volver dentro de unos meses cuando me toque la limpieza, es más la semana que viene voy probar una sesión de reflexologÃa podal…
Me imagino esta historia en forma de escena de una pelÃcula de Woody Allen. Ni que decir tiene, que también me he jartao de reir.

¿¿¡¡La Historia del Sullivan??!! ¿¿Cual es?? ¿es buena?
Nemo, la historia del Sullivan la conoces de sobra, pues anda que no la he contado veces (la de mi visita a los EEUU y mis avatares en la aduana/inmigración)
aaaahhh!! esaaa.. Que no caÃa que fuera esa, vale , vale. Cierto, es muy buena. Es hasta mejor. Un dÃa de estos tienes que contarla.

La verdad Quatermain aquien se le ocurre dejarse convencer para ir a una cosa de esas.
He de reconocer que la historia es graciosa.
Calla, calla.. Aún tengo fresca la imagen de Juan, un compañero de trabajo, que durante la comida de ayer, donde lo conté, no dejaba de repetir meneando la cabeza: «¿Cómo no dijiste que no? ¿cómo no dijiste que no? ¿Cómo…?»
No, aún no la he publicado ¡pero lo haré! Algún dia…
Me quedo la curiosidad.. ya publiquaste la historia de Sullivan?
Madre mÃa Quater, ¿por qué te dejas hacer estas cosas
? Yo la verdad es que soy muy poco femenina para esas cosas, a lo único que voy a la «esteticien» es a que me hagan las cejas y lo paso bastante mal y no porque duela, si no porque me siento demasiado observada y más por la que me está depilando que la tengo a diez centÃmetros de mi cara…
Me he reido mucho, pero he compartido la vergüenza que tenÃas
Un saludo!